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Boletín de novedades de El Arka

 
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La Cenicienta

¿Quién no conoce la historia de la Cenicienta? Este cuento es tan popular que es difícil no haberlo leído o escuchado en una de sus numerosas versiones. Sin embargo, una cosa es creer conocerlo, saberse su sinopsis, opinar sobre su contenido a nivel pedagógico o analizar sus aspectos sociales y morales, y otra es profundizar en su verdadero significado. Esto quiere decir ahondar en sus raíces, refiriéndonos aquí no tanto a las raíces terrestres sino a las celestes, o sea a las ideas que lo conforman, así como conforman todo lo creado.

Creyendo conocer a la perfección este relato y habiéndo sentido incluso un cierto hartazgo hacia él por fijarme sólo en su capa más superficial, menuda sorpresa me he llevado al leer la versión recopilada por los Grimm (1). Lo que estaba leyendo no tenia nada a que ver con lo que yo recordaba de ese cuento. Y eso tiene que ver con varias razones, pero sobre todo con que esta vez me dejé guiar por los símbolos y la doctrina tradicional.

Para comenzar, esta versión del cuento empieza con una muerte y una resurrección. Muere la madre de la Cenicienta y su sepulcro se cubre de un manto de nieve, blanco como blanca es este alma que acaba de renacer, emprendiendo así un viaje. El invierno es frío y duro, todo se contrae y es tiempo de concentración. Aparece la melancolía, reflejo de esa Melancolía que es antesala de los estados más altos del Ser.

La niña iba todos los días a llorar al sepulcro de su madre.


Pero, como siempre, después del invierno viene la primavera.

Llegó la primavera y el sol doró las flores del campo y el padre de la niña se casó de nuevo.
Y empieza el viaje, y gira la rueda, en la cual se pueden destacar dos partes: el centro y la periferia. En el viaje iniciático está todo incluído, lo exterior que se mueve y lo interior, inmóvil.
Y así llegan las hermanas, en esta versión bellas por fuera y feas por dentro. Ellas son dos, simbolizando así la dualidad, pero no la dualidad que es expresión de un punto único y que es abrazada por él, dos opuestos complementarios que se conjugan, sino la dualidad irreconciliable, que ha olvidado su origen y su destino, lo dual que no tiene corazón. Su aspecto exterior puede ser atractivo y seducente, pero no nos lleva a ninguna parte: son las voces de las sirenas, que pretenden despistar al hombre viejo para que pierda su ruta. Dice el cuento que ellas le hacen la vida imposible a la Cenicienta; como el mundo profano que distrae, machaca y sofoca, Adversario incansable del alma pura.

Representación de la ignorancia del hombre, ellas son envidiosas y crueles, además de intentar apropiarse de lo que no es suyo. Para demostrar que son aptas para calzar el precioso zapatito de oro cuya dueña se casará con el príncipe, llegan, por sugerencia de su madre, a cortarse un trozo de pie (una los dedos, la otra el talón) y engañar al príncipe. Pero no por mucho tiempo, ya que en seguida dos palomas le revelan el fraude.

No sigas más adelante
detente a ver un instante,
que el zapato es muy pequeño
y esa novia no es su dueño.

Es decir, no se puede añadir un codo a la propia estatura, ni falsificar lo que se es. Cada aspecto tiene su función, la superficie es expresión de lo que subyace; es cuando la exterioridad quiere substituir a su razón de ser, a lo interior, a lo más pequeño (como pequeño es el zapato) que se invierte el orden y ya no hay entendimiento, comprensión, ya no hay verdad. “Detente a ver un instante”, príncipe, no te confundas, que esa no es tu novia. No elijas lo más bajo sino lo más alto, no te conformes con lo que las apariencias te muestran, rasca, rasca y mira qué hay debajo de la superficie.

Príncipe, no te detengas en lo que sólo es bonito. El corazón más puro y ardiente de todos está escondido debajo de una capa de “polvo y ceniza”. El polvo es el olvido que todo lo cubre si no sopla el viento de Mercurio, escondiendo el brillo, y la ceniza es símbolo del renacer, de la transformación por el fuego purificador.



Fénix
2. En la mitología egipcia y griega nombre de un ave zancuda (Ibis) que renace perpetuamente de sus cenizas y emprende vuelo. Símbolo del hombre nuevo, es también el del renacimiento y la resurrección por medio de la iniciación en los misterios de la metafísica.(2)

 Cuando el padre de Cenicienta se va del viaje y pregunta a las tres hijas qué quieren que les traiga de regalo, las dos hermanastras piden adornos, mientras que Cenicienta sólo una rama. Sólo. Parece un regalo insignificante. Pero es en verdad el regalo más hermoso, porque los otros se quedan en ellos mismos, mientras que éste es el único que puede florecer y fructificar. Es una rama encontrada por casualidad, pero no es una rama cualquiera, es una rama de zarza. Y esta rama, plantada diligentemente por Cenicienta al lado del sepulcro de su madre y regada abundantemente por sus lagrimas, por el agua salvífica, se hace árbol, en el cual va a descansar un pajarito que concede a Cenicienta lo que ella pide.

En esta historia los pájaros desempeñan un papel muy importante. Recordemos que la lengua de los pájaros es equiparable al lenguaje de los símbolos, que de hablarlo nos abre las puertas del Cielo.


En primer lugar encontramos a este pajarito que descansa en el árbol de Cenicienta. El árbol es el símbolo del eje, entre otras cosas, lo que conecta la tierra con el cielo y viceversa a través de constantes intercambios. Es uno de los símbolos que más están presentes en todas las tradiciones, porque es una representación muy clara y evidente de la vida misma, de sus ciclos y ritmos, del viaje que ella implica desde la manifestación hacia lo Inmanifestado. En el árbol, como en todas las cosas, hay tres niveles: la tierra, el mundo intermediario, el cielo, que en este caso son simbolizados por las raíces, el tronco y la copa, esta última viniendo a ser el símbolo del cielo. Y justamente aquí se pone un pajarito, emisario del cielo y sus habitantes. Es él, y no el hada madrina, que concede a Cenicienta un vestido adecuado para ir a las fiestas (la fiesta dura 3 días) que tienen lugar en el palacio real. Tres veces se lo pide la Cenicienta, y tres veces se lo da, cada vez más bello y más precioso.

Arbolito pequeño,
Dame un vestido;
Que sea de oro y plata,
Muy bien tejido.

De nuevo aparece aquí el simbolismo del tejido, del que dimos una pincelada cuando hablamos de “Las tres hilanderas”. Pero lo que nos interesa destacar aquí acerca del tema del vestido son especialmente dos cosas. La primera es que la Cenicienta el vestido se lo pide de oro y plata, metales preciosos que tienen como correspondiente en el simbolismo astrológico al sol y a la luna, y que simbolizan el principio masculino y el femenino de la creación, dos opuestos complementarios que, “bien tejidos”, conforman la trama y la urdimbre del cosmos, existiendo también en nosotros mismos. La segunda es que cuando la Cenicienta llegó a la tercera noche de fiesta con el tercer vestido puesto, “nadie tenía palabras para expresar su asombro”. ¿Porqué llegados a este punto, qué se puede decir? ¿Qué más se puede hacer sino enmudecer ante la belleza y la majestad del Ser?

En segundo lugar, son de nuevo los pajaritos quien ayudan a la Cenicienta a llegar al baile real. Resulta que la madrastra, no queriendo que la Cenicienta vaya a la fiesta, le pone unas pruebas imposibles: recoger en un tiempo corto primero uno, luego dos platos de lentejas de entre las cenizas. Y ella, tal cual lo hizo la joven de “Las tres hilanderas”, no se echa para atrás, sino que llama a los pajaritos, o sea invoca a lo divino, aceptando sus límites humanos , y ellos la socorren.

Y por último y tercer lugar, son dos palomas, como antes decíamos, que revelan al príncipe quién es su verdadera novia. Cuando él consigue ver a la Cenicienta en la cara, limpia de cenizas, entonces la reconoce, sabe que ella es “su pareja”, la que había estado bailando con él durante las tres noches. O sea que la revelación es en verdad un reconocimiento. Los símbolos revelan una realidad que ya está en nosotros, aunque paradójicamente necesitemos de su intermediación para poder despertar a la Realidad.

Las palomas también tienen otra función. La de estar encima de los hombros de las hermanastras mientras en el dia de la boda  caminan al lado de los novios. La hermana mayor está a la derecha y la hermana menor, a la izquierda. Y las palomas  les picotean respectivamente el ojo derecho y el izquierdo.

A su regreso se puso la mayor a la izquierda y la menor a la derecha, y las palomas picaron a cada una en el otro ojo, quedando ciegas toda su vida por su falsedad y envidia.

Al final del camino circular hacia el Conocimiento lo dual tiene que quedar ciego, en el viaje de ida y vuelta tiene que ir cayéndo toda visión parcial, para aflorar la verdadera visión, la que nos da el tercer ojo de Shiva, el sentido de la eternidad, ubicado ni a la izquierda ni a la derecha, sino en el eje central.


Nos interesa detenernos todavía en un punto más de esta historia. Al final de cada noche de baile, a la hora  del amanecer , la Cenicienta marcha sin dejar rastro y con gran ligereza. Una vez salta al palomar, otra al jardín y la última simplemente desaparece. Las dos primeras veces el príncipe, que quiere reunirse con ella, manifiesta su deseo al rey, el cual pone en marcha unas acciones de caractér grosero, por cuyo medio no tiene éxito. Cuando Cenicienta salta al palomar, él hace derribar una pared para buscarla; cuando ella salta al jardín, se corta el peral, “del cual colgaban hermosas peras”, en cuya copa la vió esconderse el príncipe. Pero lo que el príncipe busca no se puede atrapar. Es lo más bello pero es también muy sutil y fugaz, así que resulta imposible poseerlo. Si uno quiere ser su propietario es un iluso, ya que no puede ser de nadie porque es por siempre libre. Es lo más pequeño, que es también lo más poderoso, y por eso el príncipe lo anhela. En el fondo él sabe que allí está el verdadero poder, el tesoro más grande.
Para alcanzar este tesoro tendrá que agudizar el ingenio: a la tercera unta toda la escalera de pez de manera que el zapato de la Cenicienta se queda enganchado en ella. Es un zapato “pequeño, bonito y todo de oro”.


Cada vez que Cenicienta vuelve a su casa después del baile va al sepulcro de su madre a dejar su vestido de plata y oro al pájaro, y regresando a casa se pone su vestido gris de trabajo. Lo cual tiene a que ver con dos cuestiones, la primera de las cuales es el hecho de que el trabajo alquímico de conjugación de opuestos complementarios se hace en secreto, refiriéndonos aquí al hecho de que se lleva a cabo principalmente en soledad, en la caverna del corazón y no a la luz del día. Cenicienta no viste su vestido de plata y oro en la casa donde pueden verla todos.
La segunda cuestión interesa la necesaria separación entre diferentes ámbitos: sagrado y profano. Esto es así al principio del camino, porque en realidad estos dos ámbitos no están separados, sino que son dos aspectos de una sola y única cosa, dos caras de la misma moneda. Lo profano no está fuera, todo es sagrado según una visión tradicional. Pero sí es importante distinguirlos, para luego reunirlos en uno mismo.

Así como es en uno mismo donde se celebran también las bodas de la Cenicienta con el príncipe, culminando este proceso de conjugación de opuestos complementarios que empieza y termina en el corazón de oro de uno mismo, del Uno.

Notas

  1. Hermanos Grimm, La Cenicienta y otros cuentos, Libros del Innombrable, Zaragoza, 1999.
  2. Federico Gonzalez, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.

    Texto: Margherita Mangini

 

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